viernes, 11 de septiembre de 2009

Soledad (escrito por Dante)

Una pareja con escasas discusiones, todo risas, todo besos, un romance sin final, una bella visión para cualquier espectador, tan juntos que no los imaginas separados, tan enamorados que no necesitan más que la presencia del otro para sentirse completos.
Pero el enamoramiento dejó paso a celos que acabaron con las amistades femeninas de aquel hombre, tirantez cada vez que salían y empezaban a tener algo de vida social que pudiera avivar su ánimo, indiferencia cuando necesitaba atención, humillación verbal las pocas veces que se rebelaba...
Aquella mujer alzó de nuevo la voz y las palabras cayeron una vez más, duras como piedras, sobre la cabeza gacha de su compañero que permanecía con la mirada perdida; el alma llorosa, ajada por un millar de cortes de amor.
Y yo observaba, pero ya no podían engañarme las palabras o las actuaciones de cámara, mi visión se había vuelto penetrante y ya no veía pieles ni huesos, solo almas desnudas. Aquel monstruo parecía engullirla como si fuera un enorme animal, opaco para que no pudiera ver nada cuando se erguía ante ella, invisible para que no se diera cuenta de su presencia. Lo llamé Miedo.
Él, una vez más, aceptó aquellas heridas disculpándolas tan pronto le dolían... había un hueco en su interior, algo que debía estar ahí pero parecía haber sido intencionadamente rechazado, como si fuera malo, inconsciente de que sin su apoyo andaba tullido y vacilante, vulnerable. A aquel trozo perdido lo llamé Ego.

Aquel chaval reía alegremente mientras orquestaba las imágenes que iban apareciendo en la pantalla de su ordenador, se deleitaba en aquel mundo fantástico que le ofrecía infinitas oportunidades y del que podía desentenderse con un solo click. No existían preocupaciones ni responsabilidades en aquel lugar, si alguien le hacía sentir mal consigo mismo lo hacía desaparecer con un golpe de dedo.
No hacía falta un trabajo con unos padres resignados que trataban de paliar su fracaso con algo de dinero, no hacía falta salir de casa para buscar amigos que le esperaban al otro lado de la red y podrían golpear su malherido ego.
Un nuevo juego terminó de instalarse y varios meses de su vida quedaron ligados a ese momento; sin temores, abrazó aquel entretenimiento que dejaba un gran vacío en su interior...
Esta vez el monstruo podía cambiar su forma, como una gran bestia de enormes colmillos y un cómodo asiento de dulce plumón, lo empujaba si se levantaba y lo acogía si se recostaba. “Lo fácil te hará feliz” parecía susurrarle al oído.
Muchos lo trataron de egoísta alejándose de él, otros pensaron que era un inconsciente sin futuro y hay quien afirmaba incluso que algunos, simplemente, son felices así. Yo observaba a aquel chaval y volví a llamar a aquel viejo conocido por su nombre, Miedo.

Al ver pasar a aquella chica la sangre le hervía en las venas y los piropos salían solos de su boca. ¿Qué podía hacer? ¿Mentirse a si misma? Se enorgullecía de ser sincera consigo misma, admitía sus emociones, deseaba una mujer...
Al fin y al cabo, su deseo no era malo, no es como si estuviera buscando solo sexo, tratando a las demás mujeres como algo de usar y tirar. Ella quería encontrar a alguien a quien abrazar y llenar de cariño, alguien que la comprendiera y con quien poder contar, alguien que la completase que la hiciese sentir plena y segura de si misma, alguien que la hiciese feliz...
Esta vez eran dos los monstruos que rondaban a aquella chica.
Uno se colocaba delante de ella y le gritaba que no era suficiente para enfrentarse al mundo, sus palabras salpicaban sus ojos y llenaban sus oídos impidiéndole ver u oír cualquier otra cosa. Mastiqué su nombre una vez más... Miedo.
El otro se situaba a su espalda y la empujaba violentamente hacía cualquiera que pareciera dispuesta a recibir su peso, sin dejar de agarrarla por si alguna se volvía indigna y tenía que apartarla de un empujón. Su nombre seductor a los oídos, lo llamé Deseo.

Sombras en un mundo lleno de sombras que intentan absorberte, personas dueñas de si mismas, gobernadas por los monstruos que ellas mismas alimentan. Observando monstruos grandes y pequeños, discurro que estos nuevos ojos míos son mi mayor tesoro pero... Ahora, mientras completo mi alma y educo a mis empequeñecidos monstruos, me pregunto si encontraré a alguien con quien compartir este nuevo y viejo mundo.


Escrito por Dante http://enemigodelaignorancia.blogspot.com/

No hay comentarios:

Publicar un comentario